sábado, 15 de mayo de 2010

EL ARTE EN TEOTIHUACÁN (200 – 750 d.C.)

El presente trabajo forma parte del libro de próxima aparición "De Altamira a Versailles" (tomo 1: De los orígenes a Bizancio), realizado por los profesores Mónica Salandrú y Fernando Rodríguez Compare, estando actualmente en proceso de edición (Ed. Monteverde)

Teotihuacán, “lugar donde los hombres se hacen dioses”, constituyó la ciudad más destacada del período clásico de Mesoamérica. No sólo por sus dimensiones e importancia económica, sino fundamentalmente por la influencia que su cultura tuvo sobre los otros pueblos mesoamericanos.
Se desconoce quienes fueron sus creadores, todos los nombres de la ciudad provienen de los aztecas, pueblo que la consideró un lugar sagrado y de peregrinación. Su carácter mítico se reforzó con el descubrimiento, en 1971, de una cueva bajo la Pirámide del Sol, lo que demuestra la combinación entre arquitectura y naturaleza: la cueva era una puerta de entrada a lo sagrado, no en vano se levantó sobre ella el templo más importante, que seguramente conmemoraba la creación del hombre y su salida de las cuevas. Esta cueva había sido excavada con múltiples cámaras, siguiendo el mismo trazado que en el exterior tenía la ciudad.
Teotihuacán aparece en el Valle de México, al noreste del lago de Texcoco, hacia el 200 a.C. y adquirió su forma definitiva entre el 200 y el 600 d.C. Favoreció este establecimiento una región rica en suelos aluviales y fuentes permanentes de agua que posibilitaron una agricultura intensiva, así como la existencia de obsidiana, apetecida mercadería de intercambio. Hasta la actualidad, la ciudad continúa siendo excavada por arqueólogos que siguen sacando a luz restos materiales. Las casas de los pobladores actuales, en los alrededores, dificulta las tareas.


Una arquitectura de escala monumental

La ciudad presenta tres características: 1 - se estructura a partir de un eje que corre en dirección Norte-Sur: la denominada Calzada de los Muertos, orientación que se supone encierra un significado astronómico que sugiere que fue creada como un modelo cósmico; 2 – la simetría de los conjuntos; y 3 – el uso de volúmenes simples aislados o unidos por plataformas.

Pirámide del Sol

Pirámide de la Luna
Sobre el lado este de la avenida se construyó una maciza pirámide truncada, la Pirámide del Sol, de 64 metros de altura, con una base de 220 por 225 metros, y con un millón de metros cúbicos de tierra como relleno, recubierto con piedra. Cuatro cuerpos le daban el aspecto escalonado que caracteriza a las pirámides mesoamericanas. Los sacerdotes llegaban a la cima por una escalera del lado oeste y probablemente allí había un templo perecedero, de madera techado con paja. En el extremo norte de la avenida se edificó otra pirámide mayor, la Pirámide de la Luna: mide 150 metros de base y 42 metros de altura, su cumbre está a la misma altura que la de la Pirámide del Sol (por el desnivel del terreno). Frente a ella existe una estructura cuadrangular, con diez pequeños altares, denominada la Plaza de la Luna. Los nombres del Sol y de la Luna corresponden a la época azteca, por lo que se desconoce para qué dioses fueron emplazadas estas monumentales estructuras.


En el costado occidental se encuentra el Palacio de Quetzalpapalotl, cubriendo un antiguo templo. Este edificio, reconstruido en su mayoría por los arqueólogos, presenta en su patio interior, pilares decorados con bajorrelieves del animal mitológico llamado quetzalpapalotl que le da nombre (Quetzalmariposa). Se le supone residencia de un gran rey o sacerdote, tratándose de un claro ejemplo de arquitectura civil.

Los edificios más prestigiosos, de carácter político y religioso, y las residencias más elegantes, estaban ubicados a lo largo de la Calzada, que llegó a alcanzar los 4 kilómetros. Muchos de los santuarios dispuestos a ambos lados albergan tumbas y ofrendas, de ahí la denominación azteca de “Calzada de los Muertos”.
Dos recintos cerrados, la Ciudadela y el Gran Grupo, se ubicaban en la confluencia de la avenida central con otra, que corría en dirección este-oeste y que, delineada casi en ángulo recto con aquella, dividía la ciudad en cuatro cuadrantes, concepto de planificación heredado luego por Tenochtitlán, la gran urbe azteca.
A la Ciudadela (nombre dado por los españoles a una estructura que creyeron un fuerte), que se supone era la sede del gobierno de la ciudad, se accedía a través de muros escalonados. En su interior se ubica la Pirámide de Quetzalcóatl, única estructura cuya fachada se adornaba con esculturas de serpientes emplumadas, alternando con cabezas cuyos ojos desorbitados podrían simbolizar al dios de la lluvia Tláloc. Esta Pirámide salió a la luz en 1917 con las investigaciones que los arqueólogos realizaban en una pirámide plana que la cubría parcialmente. Forma parte del universo constructivo de Mesoámerica la costumbre de construir sobre estructuras preexistentes, lo que vuelve muy complejo el trabajo de la arqueología. Excavaciones recientes han revelado que unas 60 víctimas fueron sacrificadas para celebrar la construcción del templo de Quetzalcóatl.
Los cuadrantes de distintos tamaños dibujados por la cuadrícula de Teotihuacán estaban ocupados por recintos residenciales, contabilizándose alrededor de 2000 de estos “barrios”, a los que se accedía por una única puerta y que contenían santuarios, plataformas para rituales y numerosas viviendas. Los arqueólogos han comprobado que se distinguían uno de otro tanto por la profesión de sus habitantes, como por la procedencia.
Son numerosos los barrios de los artesanos. Se han identificado más de 400 talleres para la talla de la obsidiana dentro de la ciudad, otros 100 producían artículos de cerámica, concha y piedra tallada.
Con respecto a los barrios de extranjeros, señalemos el descubrimiento de un barrio de Oaxaca, donde los zapotecas vivían en casas típicas teotihuacanas pero con ritos funerarios que incluían entierros en urnas propias de su cultura, que junto con otras cerámicas, importaban desde Oaxaca. Desde estos enclaves seguramente se elaboraron artículos de lujo para los teotihuacanos o se organizó el comercio de sus respectivas regiones con esta gran ciudad.

Escultura, cerámica y pintura teotihuacanas

La escultura en Teotihuacán no tuvo la autonomía del área olmeca. Estuvo subordinada a la arquitectura. Sólo se conocen unas pocas piezas en piedra de carácter monumental, de formas deshumanizadas y geométricas, entre las que se destaca el monolito dedicado a la diosa del agua, de la fecundidad y del maíz Chalchiuhtlicue (la Gran Diosa). Esta enorme figura debió estar emplazada en el espacio central delante de la Pirámide de la Luna, su carácter de bloque se aparta de la plástica cualidad tridimensional de la escultura olmeca.
Las piezas más conocidas están constituidas por las máscaras de tamaño natural talladas en serpentina, jade, ónice, granito, y otros materiales. Muestran rostros en los que no se percibe sexo ni edad, como si se tratara de un rostro uniforme. Están asociadas a ritos funerarios.
La cerámica constituyó unos de los principales artículos de exportación, vehículo de la influencia teotihuacana en toda Mesoamérica. La arqueología comprueba su presencia, ya sea porque la misma fuera adquirida por medio del comercio o imitada, entre los pueblos de los alrededores, incluso por los mayas de la lejana Guatemala.
El tipo cerámico más característico lo constituyó el vaso cilíndrico, con tres pies de forma rectangular y tapa prominente. La superficie del vaso era tallada, cubierta con estuco y pintada después de cocerla.
Otra elaboración cerámica típicamente teotihuacana fue el conjunto de figurillas, pequeñas y gráciles, tal vez recubiertas originariamente con materiales perecederos. Al igual que en la escultura de piedra, los rostros revelan la máscara anónima teotihuacana. Su número lleva a suponer que la producción se hizo con moldes.
También produjeron esculturas cerámicas de gran tamaño, como por ejemplo urnas de brillante policromía que muestran rostros humanos y zoomorfos.
Trabajaron bellos objetos con obsidiana y concha que formaron parte de ajuares funerarios y de ofrendas.
En lo que tiene que ver con la pintura, una parte de ella está vinculada con la escultura monumental, como lo prueba el Templo de Quetzalcoatl. Aquí los bustos de la serpiente emplumada conservan todavía hoy restos de azul, rojo, blanco y amarillo. A partir del siglo III, esta decoración escultórica en las fachadas dejó paso a los frescos. Se intensificó la paleta de colores, el rojo ocupó el primer lugar seguido del verde, azul, ocre, naranja y negro. Las pinturas murales cubrieron todos los tableros de Teotihuacán y en el interior decoraron patios y habitaciones. Los complejos de viviendas estaban pintados con colores brillantes obtenidos básicamente de minerales que se trituraban hasta convertirlos en polvo y se aglutinaban con goma de nopal, y luego se colocaban sobre un muro previamente alisado, sobre el que se aplicaba una base de cal y arena de cuarzo.
En la representación no utilizaban sombras ni perspectiva, la representación es plana, los elementos más lejanos se colocaban en la parte superior y el tamaño no indicaba profundidad sino que servía para diferenciar a los personajes más importantes.
Son más de 200 los frescos recuperados en palacios, templos y casas (alrededor de 150 corresponden a murales conservados en los sectores habitacionales de la ciudad), observándose temas religiosos en su inmensa mayoría, aunque también representan animales y algunos glifos, que aparecen también en la cerámica, y que muestran que se conocía al parecer una forma de escritura. Es constante la representación de rituales relacionados con la tierra, el agua, la lluvia, la fertilidad. El fuerte contenido simbólico es una de las características primordiales de los frescos de Teotihuacán. Hacia el 650 d.C. Teotihuacán sufrió una profunda destrucción, muchos de sus monumentos fueron incendiados intencionalmente por motivos que aún no se conocen. Un siglo después fue abandonada.
Constituyó un eslabón fundamental en el desarrollo cultural del mundo mesoamericano, sus creaciones artísticas se emparentan con los orígenes olmecas y a su vez fueron reelaboradas luego por toltecas y aztecas.

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